Los restos de una estructura se tornan hacia el suelo sin terminar de derribarse, como si la fuerza de la gravedad no surtiera del todo su efecto. Las vigas desnudas dan al conjunto un aspecto desangelado. Se trata de lo único que queda del pozo-mina de Tresano, el último vestigio de la ancestral industria salinera de Cabezón de la Sal. La historia del municipio, directamente relacionada con la explotación de la sal, vuelve a rememorarse ahora después de que el Ayuntamiento mostrara su intención de convertir estos restos en un Centro de Interpretación de las Salinas de Cabezón de la Sal. El primer paso de un camino que aún se atisba muy largo en el horizonte, y que fue dado a conocer en el último Pleno de la Corporación, al aprobarse una permuta según la cual la finca donde se sitúa el pozo ya es de propiedad municipal.
«No podemos hacer como si nada», explica el concejal de Turismo, Gustavo González Monterrubio, «porque se trata de aquello que nos da nuestros apellidos, que nos identifica». Y es que estos restos de la industria salina, que hubo en el municipio desde la época romana hasta el siglo XX, se estaban dejando morir ante la mirada nostálgica de los vecinos. «La gente decía: hay que hacer algo, pero nadie hacía nada», dice González Monterrubio, quien ya en 2005, siendo concejal, presentó una solicitud para declarar esta finca Bien de Interés Cultural.
A González Monterrubio no le falta razón y la gran tradición salinera del municipio lo avala. El documento más antiguo sobre las salinas de Cabezón de la Sal data del año 900. Las Ordenanzas de 1580 de la localidad, según la memoria histórico-artística del pozo Tresano, reflejan como la sal era el eje de la economía cabezonense. «Se trata de la máxima representación de nuestros orígenes», argumenta.
Durante sus primeros años, Solvay obtuvo su suministro de Cabezón de la Sal, hasta la puesta en marcha de las salinas de Polanco. El pozo Tresano supuso tanto la modernidad como el fin de la industria salinera del municipio. Con una profundidad de 86 metros, la sal se extraía picando el banco de sal y llevando los bloques al exterior mediante vagonetas de 350 litros de capacidad sobre raíles.
Al principio había 200 obreros, y se producía sal fina y placas de sal para el Sudán francés, colonias africanas y Canarias, así como piedras de sal para el ganado. Además, entre 1915 y 1924 Cabezón de la Sal consigue la mayor producción de su historia al constituirse en el proveedor de Solvay.
Aunque sufrió algún parón, en 1949, la mina es reformada y se moderniza la explotación. Un año más tarde, en 1950, se emplea la luz eléctrica. De esa época habla Jesús Odriozola, un vecino de Cabezón que trabajó en las salinas de Tresano durante 29 años (entre 1952 y 1981). Jesús escarba en su juventud y explica la experiencia despacio, mascando esos 29 años. «Comencé siendo un crío, con sólo 16 años, entré como pinche y luego fuí ascendiendo». Recuerda la reforma «que modernizó la producción».
La memoria de Jesús aún se entiende con las cifras. «Al dinamitar para sacar la sal en piedra brotó un manantial de agua salada con una densidad de un 25%. Comparándolo con el Cantábrico, que tiene un 4,5 % y con el Mediterráneo, que tiene un 7%, es bastante», asegura, «de forma que de un litro de agua sacábamos trescientos gramos de sal».
El plan de mejoras de finales de 1958 abarató y aumentó la producción para atender la demanda del África Ecuatorial que precisaba sales ígneas. En España, Cabezón era el único productor. El descenso de la mano de obra era constante debido a la mecanización y mejoras productivas. «Cuando empecé, éramos unos 33 y cuando se cerró, ya sólo quedábamos 13 hombres y algunas mujeres que se encargaban de empaquetar», señala Jesús, quien terminó siendo encargado. «Al final ya me ocupaba de todo. Lo mismo descargaba un camión que estaba en la oficina», recuerda.
La sal era la marca Lot, vendida en España y en el extranjero. Los principales consumidores eran Cantabria, País Vasco, Asturias, Norte de Castilla y La Rioja. Además, se exportaba a Camerún y Guinea Ecuatorial, principalmente. Sin embargo, alrededor de los ochenta el pozo de Tresano se cerró. «Lo cerró el ingeniero de Industria de Santander porque decía que los hundimientos que había en el pueblo eran a causa de la salina», asegura Jesús. Desde entonces no se ha vuelto a hacer nada en la zona, que está totalmente abandonada. «Me da pena verlo así porque allí pasé muchos años de mi vida».
González Monterubio no piensa abandonar su empeño. «Hay un equipo de ingenieros de minas que se han ofrecido a trabajar en este proyecto de forma desinteresada», explica mientras afirma con rotundidad que su intención es convertir estos restos en un Centro de Interpretación de la Sal.
Fuente: El Diario Montañés
Texto: Lucía Alcolea. Cabezón de la Sal.
Imagenes: J. Rosendo y Turismoporcantabria .com
Composición: Picapiedra
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