sábado, 15 de noviembre de 2008

Canteros de Tenerife. A cincel y martillo. Islas Canarias

El labrado artesanal de bloques en canteras de la comarca tinerfeña de Arico, fue el trabajo que desempeñó Alberto Fumero, quien afirma que las tareas que se desarrollaban eran agotadoras y peligrosas.
El esfuerzo de antaño para lograr una mejor calidad de vida hacía que muchas personas de la comarca se dedicaran a trabajos duros y excesivamente peligrosos, como el que desempeñó Alberto Fumero Rodríguez, vecino de Arico, que a sus 72 años recuerda su etapa como labrante de piedra en diversas canteras de esta parte de la Isla, como las que se encontraban en la zona de El Río y en las inmediaciones de donde actualmente está ubicado el Vertedero insular. La primera vez que pisó una cantera sólo tenía poco más de veinte años y empezó siendo peón, pero con arrojo consiguió ascender y llegó a ser, en su momento, el encargado de la mina.
Trabajar la piedra a mano era agotador, "pero cuantos más bloques sacáramos, más dinero conseguíamos", expresaba Fumero Rodríguez, quien resaltaba que "aquel jornalero que era muy curioso labrando la piedra hacía menos bloques, pero aunque quedaban perfectos y eran todos prácticamente iguales, se llevaban menos dinero a casa porque la demanda de bloques era muy grande por aquellos tiempos". Reconoce que "yo no era demasiado curioso" cuando realizaba esta actividad porque "si eres joven quieres tener dinero para poder comprar" lo que apetecía, destacando que él al día elaboraba más de medio centenar de estas piezas.
Al final de la semana, cuando tocaba cobrar, se llevaba alrededor de unas 15 pesetas y "eso era mucho dinero por aquel entonces (refiriéndose a la década de los 50)", manifestó el labrante ariquero, quien destaca que "ganaba, por tanto, un sueldo bueno, que me daba para comer y vestir bien, así como para algún que otro capricho. Con este trabajo conseguía el doble que dedicándome a la agricultura, con la guataca en la mano".
Para lograr ese bienestar tuvo que hacer muchos esfuerzos, como que "dormía y vivía en la cantera y todo el tiempo que disponía no era para otra cosa que para hacer bloques, con lo que las manos al fin del día de trabajo daba pena de verlas". Fumero apunta que al poco tiempo realizando dicha actividad "se me llenaron de callos las manos, así como de durezas por todas partes".
Esas no fueron las únicas penurias que pasó en la mina, sino que tampoco "estábamos asegurados todos los trabajadores, pues un seguro era para 20 personas. Antes en las canteras, y en lo que no eran las minas, las reglas eran así y el rico se aprovechaba del pobre", decía visiblemente emocionado Alberto Fumero. Además, recuerda la dureza del trabajo por las consecuencias y secuelas físicas que muchos padecieron como que para labrar la piedra "había que estar muchas horas agachado" y los dolores de espalda y de cintura eran bastante frecuentes.
Asimismo, observaba que otros compañeros de actividad "se majaban las manos" cuando trabajaban la pieza. Fumero Rodríguez destaca que aquellos picapedreros que sufrían accidentes laborales de estas características fueron afortunados, "porque en el tiempo que estuve en las canteras presencie tres muertes por aplastamiento de piedras", algo que aún hoy recuerda con especial sensibilidad.
Fuente: El Día de Tenerife.
Texto: J.Feo
Fotografías: CBS. Cantos Blancos del Sur
Enviado: Javier Fumero

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